El castillo-fortaleza de Puente del Congosto está emplazado en el municipio salmantino del mismo nombre, al margen izquierdo del río Tormes, defendiendo el paso por el
puente medieval que dio nombre al pueblo. Estas tierras ya estuvieron habitadas desde tiempos prehistóricos, especialmente el cercano cerro del Berrueco, imponente promontorio granítico que dio
cobijo a infinidad de poblaciones primitivas, desde el paleolítico superior hasta la romanización, razón por la que es considerado la más importante estación arqueológica de la provincia salmantina.
El nacimiento de la aldea de Puente del Congosto se remonta a los últimos años del siglo XI, una vez reconquistada definitivamente la ciudad de Ávila a los sarracenos. Estas tierras se integraron
desde un primer momento en el alfoz o espacio territorial abulense, y fue el noble francés Raimundo de Borgoña el encargado de su repoblación con gentes venidas del norte de Castilla. Por entonces se
construiría algún baluarte o torre defensiva que diese cobijo a los lugareños ante situaciones de peligro. En 1442, el monarca trastámara Juan II decide recompensar al caballero abulense Gil
González Dávila por los muchos y buenos servicios prestados a la corona, y es por ello que segrega a Puente del Congosto de la jurisdicción de Ávila, la eleva a la categoría de villa, y luego se la
cede en señorío junto a la contigua aldea de Cespedosa. Fue Gil González quien inició la construcción de la actual fortaleza, siendo acabada por su viuda, doña Aldonza de Guzmán, hija de Luis
González de Guzmán, maestre de la poderosa orden religiosa y militar de Calatrava. A la muerte de ésta, en 1479, se producen agrias disputas entre dos de sus hijos, Juan Dávila y Luis de Guzmán, por
apropiarse de la herencia, especialmente del señorío congosteño, codiciado por las sustanciosas rentas que generaba. Los Reyes Católicos se ven obligados a intervenir, y finalmente determinan que
Juan Dávila se quede con Cespedosa, pasando la villa y fortaleza del Congosto a manos de Luis de Guzmán, comendador de la orden militar de Calatrava. Éste murió en 1495 sin sucesión, por lo que todos
sus bienes, incluido el señorío de esta villa con su fortaleza, se integraron en el patrimonio de la mencionada orden, de la cual, pocos años antes, los Reyes Católicos habían logrado obtener su
administración vitalicia. En nombre de los monarcas quedó como gobernador de la villa el caballero calatravo Pedro de Torres, a quien le tocó defender la fortaleza de las embestidas de los comuneros
de Castilla. En 1518 pasó a detentar la tenencia del estado señorial su hijo, Antonio de Torres. En 1539, el emperador Carlos V desmembró de la orden de Calatrava la villa del Congosto, y la
enajenó a favor de Fernando Álvarez de Toledo, el Gran Duque de Alba, con el fin de allegar fondos para costear sus costosas campañas bélicas contra los otomanos. Al igual que hasta entonces
hicieran los reyes, los sucesivos duques de Alba nombraron gobernadores para administrar el señorío congosteño, los cuales residíeron en el castillo hasta que en el siglo XVII las deficientes
condiciones de habitabilidad del edificio, así como la conveniencia de centralizar la gestión económica de las vastas posesiones patrimoniales del ducado, propiciaron que la administración de nuestro
señorío se llevase a cabo desde Alba de Tormes, epicentro de la casa ducal, quedando desde entonces deshabitada la fortificación. Los mayores destrozos los sufrió el castillo entre los años 1809 y
1813, durante la guerra de la Independencia, cuando el recinto albergó a un destacamento de tropas francesas denominado "Royal Extranjero", encuadrado en la división del general napoleónico Leopoldo
José Sigiberto Hugo, padre del célebre escritor Víctor Hugo. Por aquel entonces fueron suprimidos en nuestro país, por las cortes liberales de Cádiz, los señoríos de todo tipo, aunque la casa ducal
de Alba siguió conservando en propiedad, en nuestro pueblo, numerosas fincas rústicas, que poco a poco iría enajenando, así como el castillo y el derecho señorial del pontazgo, exacción económica por
el paso de personas, mercancías y ganado a través del puente medieval. El cobro del pontazgo era arrendado anualmente mediante subasta a quien más pujase por él, hasta que quedó definitivamente
extinguido en 1881, año en que entró en servicio el puente nuevo sobre el río Tormes. Fue entonces cuando la casa de Alba perdió todo interés por la posesión del castillo, que fue vendido por
el XIV duque, don Carlos María Isabel Stuart y Portocarrero, al último pontazguero, Miguel Blázquez Martín, natural y vecino del pueblo. A la muerte de éste el inmueble fue heredado a
partes iguales por sus dos hijas, una de las cuales y los herederos de la otra lo vendieron en 1980 a sus actuales propietarios, quienes vienen llevado a cabo en él, desde entonces,
una importante labor de restauración gracias a lo cual presenta en la actualidad un excelente estado de conservación.